Desde hace ya tres entregas semanales, esta columna se ha enfocado al importante pero relegado tema del Capital Humano como eje central del desarrollo en términos generales, y como pilar esencial de la industria aeronáutica global. De igual forma, hemos abordado sucintamente algunas de las situaciones que guarda México en este tema, y cómo el sector aéreo nacional ha manejado en épocas recientes este tema. Ciertamente, el trato que se le ha dado en este espacio es somero, sintético y definitivamente superficial; un análisis reflexivo de adecuada profundidad requiere de mucho más espacio y consideraciones que las que una columna semanal puede abordar.
Sin embargo, sirva este espacio -como se ha repetido constantemente- como un catalizador para la reflexión individual, así como un mostrador de nuevas ideas para poderlas refutar, reforzar o bien profundizar de carácter individual. Sea entonces el lector aquel que tenga la última palabra y pueda llevar estas ideas al plano de profundidad que se requiera. En entregas anteriores se ha apenas presentado la importancia del Capital Humano para el sector aeronáutico, pero hemos dejado de lado por el momento las afectaciones y/o costos de descuidar este tema.
Primero debemos comenzar señalando que el Capital Humano puede reforzarse o debilitarse de acuerdo a la coyuntura, a los estímulos externos, y al valor relativo que se le otorgue por cada sector industrial. Pensar que la tecnología y la automatización de procesos sustituyen al Capital Humano es un error tentador pero trascendente: no existe una sustitución o reemplazo tecnológico del personal laboral, pero sí estimula su transformación y la adquisición de nuevas competencias. Dicho de otro modo, pensar que la tecnología va a desplazar a una fuerza laboral es una visión reduccionista del tema, ya que la manera de evitar esto es profesionalizando y elevado el nivel de competencias profesionales del mismo, transformándolo y elevando sus capacidades y responsabilidades. Esto es a lo que podemos llamar un proceso de Capitalización Humana, es decir, de adquisición de nuevas habilidades críticas adecuadas al contexto y coyuntura productiva vigente en un marco saludable de competitividad.
El mundo de la aviación es cada vez más tecnológico, más automatizado, y avanza a una velocidad verdaderamente vertiginosa. No hay forma de parar eso, aunque algunos actores con visión del antepasado lo deseen: el progreso es indetenible. Pero si en vez de ir formando personal profesional con nuevas aptitudes y capacidades se le quita la prioridad que debería tener este tema, se entra en un “rezago relativo”, es decir, en un atraso en relación con otros actores internacionales y competitivos. Si además de ello se desincentiva ese avance, cerrando oportunidades y promoviendo la migración laboral a otros sectores (como comentamos aquí hace un par de semanas) entonces se obtiene el efecto contrario: una Descapitalización Humana.
Ciertamente habrá generalistas que señalen que estos procesos no son compatibles con lo señalado por la práctica nacional de Recursos Humanos; pero debemos ampliar nuestros horizontes y reconocer que estos procesos han sido plenamente estudiados y reflexionados a nivel internacional, y que son la base conceptual de los nuevos modelos de relaciones laborales en sectores industriales altamente competitivos y tecnológicos en el siglo XXI. Dicho de otro modo, debemos ver más allá de nuestras fronteras nacionales y reconocer que nos estamos quedando atrás por falta de estímulos y capacidades formativas en materia de habilidades críticas.
El costo de la Descapitalización Humana no es menor, sino acumulativo y exponencial. No sólo se puede entender en términos de baja productividad, o en fallas administrativas. En el caso de la aviación esto puede representar una inaceptable pérdida de vidas humanas y daños materiales. Personal de mantenimiento, administración, desde labores de intendencia hasta gerenciales, que no cuenten con habilidades críticas competentes y que no sean parte de un proceso de adecuación a los estándares y medidas de desempeño del sector aeronáutico global pueden ser causantes de un accidente de manera totalmente innecesaria. De igual forma, la suma de pequeñas fallas estructurales o funcionales en la operación aeronáutica es exponencial y acumulativa, dando por resultados catarsis operacionales que conllevan grandes daños.
Por desgracia este es parte del escenario que estos viviendo en el sector aeronáutico mexicano. Por un lado, debemos reconocer que el sector privado en nuestro país ha llevado impresionantes esfuerzos por mantener la vigencia y eficiencia de sus operadores. Pero también debemos reconocer que el entorno laboral mexicano en el 2020-2021 no sólo no ha sido el óptimo, sino que las autoridades más que facilitar la permanencia laboral han fomentado la migración transversal que cometamos apenas la semana pasada. Se trata este de un problema profundo de conceptualización y operación de las Políticas Públicas nacionales, que sin duda son inclusivas y extensivas a buena parte de las actividades productivas del país. El problema es que mientras en otras industrias los costos son meramente monetarios o materiales (que debemos señalar que no son en lo absoluto despreciables o minimizados) en el caso de nuestro sector pueden costar vidas.
En otros espacios hemos señalado que las exigencias características del sector aeronáutico son únicas, y que requieren atención y liderazgo de las autoridades con fundamentos claros y una contextualización especializada. Requiere de una sensibilidad particular, así como una visión prospectiva acorde a la tendencia global. Al aparentemente carecer de algunos de estos atributos, por desgracia las autoridades nacionales han dejado de lado el estímulo a la Capitalización Humana en nuestro sector, si es que acaso la tienen considerada o presente. Bajo la premisa que esto debe ser tema exclusivo de los actores privados -que es una forma de evasión de su responsabilidad de liderazgo sectorial- no sólo no se han consolidado los estímulos para la competitividad, sino también se han promovido -tal vez de manera no intencional- una migración laboral transversal a otros sectores menos exigentes.
Dicho de otra manera, en vez de haber promovido un mayor nivel de exigencia competitiva en el sector, las autoridades de manera tangencial y producto de una postura predominante pasiva, generaron un efecto opuesto. En su momento se apreciaron los efectos iniciales de esta postura en la pérdida de empleos, cambios de adscripción, o incluso suspensión de actividades de muchos especialistas. Pero a más de un año del inicio de esta crisis vemos que estas vacantes no se están ocupando tan rápido ni con el personal tan capacitado como se desearía. La falta de incentivos para incorporarse al sector tampoco ayuda, y esto crea un efecto multiplicador de ineficiencias operacionales.
La suma de estas condiciones puede llevar a condiciones de operación menores a las óptimas. También a errores y omisiones totalmente evitables, así como a problemas administrativo-operativos que podrían ser fácilmente solucionables. Este es solo el comienzo de los efectos de un proceso que no debió ocurrir, pero al que debemos hacer frente. En esto deben participar los particulares y las autoridades de manera conjunta. El primer síntoma es la negación.
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