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01/12/2024

Camino a la recuperación

José Medina Go… / Domingo, 23 Agosto 2020 - 21:15

Las últimas dos semanas nuestro país ha sido testigo de dos procesos ora complementarios ora contradictorios. Por un lado, vemos un gobierno federal que en la emisión de disposiciones generales y particulares para hacer frente a la pandemia COVID-19 sigue con imprecisiones, ambigüedades, contradicciones, declaraciones confusas y dando respuesta a preguntas esenciales de manera inconexa y abstracta. Por otro lado, vemos a un sector privado urgido de salir de un semestre desastroso y donde deliberadamente fue dejado a la deriva. Esto ha conducido y permitido que muchos sectores del entorno privado generen mecanismos de adaptación y transformación sin esperar la tutela o la iniciativa gubernamental.

Esto tiene dos formas de verse: por un lado, es bueno, ya que existe una corriente de pensamiento que señala que en una sociedad global capitalista el papel de los gobiernos es únicamente de garantizar ciertas condiciones esenciales (como la seguridad, por ejemplo) e intervenir lo menos posible en las interacciones sociales. Salvo la aplicación y ejercicio de la ley, orientada ésta a la adecuada regulación de las relaciones entre individuos parte de la sociedad, el Estado debe tener una participación mínima en la actividad económica-social, dejando que ésta se desenvuelva libremente. Esta postura -que debe aclararse que no se sugiere que deba ser la visión predominante ni que tiene un valor superior a otras posiciones político-ideológicas y sociales- es aparentemente la que tiene mayor tendencia a nivel global entre las sociedades precursoras y con altos niveles de desarrollo social de manera sostenida desde hace más de medio siglo. Mientras que existen otras posturas en el entorno global, ésta ha sido la más exitosa y sus resultados dan soporte a la validez de la misma. Si asumimos esta postura como válida, la dinámica que esta exhibiendo el sector privado nacional puede ser vista como positiva.

Pero por otro lado es algo negativo, ya que implica que el las autoridades titulares del Estado, en particular aquellas que encabezan la institucionalidad gubernamental vigente, se han quedado atrás voluntaria o involuntariamente. En el primer caso significaría que simplemente tienen otras prioridades -difícil saber cuáles, ya que ésta es su razón de existir- o que deliberadamente están “dejando caer” al sector privado para obtener sus intereses. Peligroso y preocupante sin duda. Pero más alarmante sería el segundo supuesto: si es involuntario implica una profunda incapacidad para el ejercicio de la función pública o un desconocimiento trascendente de su funcionamiento.

En columnas anteriores hemos abordado estos supuestos de una forma u otra, y en este espacio resultaría reiterativo volverlos a invocar. Sea entonces oportuno concentrarnos en lo subsecuente en las consecuencias: lo que el sector privado esta haciendo o se orienta a hacer para superar esta etapa. En nuestro sector las preparaciones llevan semanas, y las expectativas de re-apertura de operaciones ordinarias llevan ya meses. Desde la gestión y generación de nuevos protocolos de atención y manejo operativo para prevenir la transmisión de esta infección que pueda llevar a un rebrote -cosa que sería desastrosa para nuestro país y la región de América del Norte en razón que ni siquiera hemos salido del primer golpe- hasta la implementación de nueva tecnología preventiva.

Difícil es saber cuánto se ha invertido por parte del sector aeronáutico nacional para tratar de regresar a volar, a plena consciencia que en el camino varios actores importantes han quedado atrás. Pero en las últimas semanas hemos visto un incremento cuantitativo y cualitativo en las operaciones aéreas nacionales de manera significativa. En abril y mayo el radar sobre México reflejaba un espacio aéreo prácticamente vacío; en junio y posteriormente julio vimos mayor actividad aérea, pero con una marcada cautela; agosto nos trae cielos más concurridos y con una tendencia a la “normalidad”.

Posiblemente veremos un volumen de tráfico aéreo más aceptable para noviembre/diciembre del 2020, aunque los efectos de la pandemia no serán subsanados por años. Difícil es hablar de ganancias económicas, pero necesario es hablar de ingresos de “mantenimiento”: aquellos que permitan la operación mínima necesaria para mantener una gestión operativa constante. Muy posiblemente esta será la prioridad en los meses venideros, así como en recuperar el elemento más importante del transporte aéreo: la confianza.

Por décadas el mensaje mercadológico indiscutible y de validez incuestionable que le permitió a la industria aeronáutica global desarrollarse de manera constante e imparable era simple, directo y contundente: volar es la forma más segura de viajar. Tan sólo esta aseveración ha sido suficiente para mantener las expectativas globales en el sector de manera inamovible. Pero el COVID-19 cambió todo eso, particularmente porque se demostró que esta terrible infección se dispersó a nivel mundial por la vía aérea de manera imparable.

Fácil era ver a los aviones no como un vehículo eficiente, moderno y conductivo a la interconexión global de personas y mercancías; sino como una “caja de Petri voladora”, portando ignominiosamente un patógeno invisible que podía indiscriminadamente atacar a la población y paralizarla intempestivamente de golpe. Esto llevó a que buena parte de los usuarios aeronáuticos desconfiaran de las aerolíneas de pasajeros y de carga.

Dice el dicho: “Conseguir la confianza te puede tardar una vida, pero perderla en tan sólo un segundo”. Lamentablemente esto fue cierto para la aviación, aunque difícilmente podríamos adjudicarle una causalidad o culpa directa de esta pandemia mundial. Pero lo que es un hecho es que el gran reto de las aerolíneas y del sector en lo general va a ser recuperar la confianza de los usuarios, de volver a mostrar que volar es seguro, y que es un mecanismo eficiente y con bajo riesgo en relación a otras formas de transporte.

Difícil y arduo será este andar, y más para el sector aeronáutico mexicano. Muy pocos estímulos y apoyos tienen para tal fin, y aunque existen ciertas limitaciones por parte de las autoridades federales del sector para reactivarse y luchar por sobrevivir, existen grandes márgenes de acción y de apertura a la innovación. No nos sorprendamos que tal vez en una o dos semanas más veamos esfuerzos mercadológicos de las empresas aeronáuticas nacionales para promocionar sus servicios y volver a generar confianza en los usuarios. Cuando veamos esto nos encontraremos en puertas del inicio de estrategias orientadas a la recuperación.

Todavía nos queda mucho techo por delante, y este andar a la reactivación comercial y operacional de la aviación tiene mucha historia por delante. No será un andar fácil, ni lineal. Pero en estricto sentido, la aviación nunca ha sido un camino sencillo. Sin embargo, ha sido el entorno con mayor proyección y trascendencia para la humanidad. En consecuencia, veamos esto no como un obstáculo sino como un nuevo reto a superar. ¿Cómo se superan los obstáculos? Hay de tres formas: pasar por debajo de ellos (terriblemente ineficiente), darles la vuelta (lo que se ha hecho hasta el momento), o ir arriba de ellos (lo que debemos hacer). Para esto es necesario tomar altura, y a eso se le llama VOLAR. Ese es el camino de la aviación, hacia arriba. No nos desviemos.

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