La noticia de la salida de Dave Calhoun como presidente y Consejero Delegado de Boeing Commercial Airplanes, era un anuncio largamente esperado. Calhoun llegó a la fábrica de aviones más antigua del mundo en enero del 2020, meses después de los accidentes de Lion Air y de Ethiopian Airlines en 2018 y 2019. Su llegada presagiaba un profundo ejercicio de autorreflexión y de cambios significativos en la forma de trabajo y en el control de calidad. Pero el problema de Boeing viene de lejos.
En primer lugar, tomemos en cuenta que la empresa fundada por William Boeing en 1930, tuvo una larga y fructífera carrera en el diseño y armado de aeronaves durante muchas décadas. Su principal rival durante muchos años fue la Mc Donald Douglas, empresa a la que Boeing terminaría absorbiendo en 1997. Muchos ubican esta fecha como muy importante en el cambio de cultura de la empresa armadora de aviones con mayor antigüedad en el mercado estadounidense.
La razón es que mientras Boeing era una empresa de ingenieros, totalmente volcada en la producción de aviones seguros y eficientes, Douglas era una compañía enfocada en la cantidad de aeronaves colocadas en el mercado. En la fusión, la cultura que prevaleció fue la comercial, más que la de ingeniería afincada en seguridad. En los hechos, el futuro le cobraría esta factura.
Era proverbial cómo, en las grandes crisis económicas (que suelen reflejarse con más intensidad en la industria del transporte aéreo), Boeing solía despedir trabajadores y en las épocas de crecimiento o los recontrataba o bien buscaba proveedores cercanos. El problema es que muchas veces el talento ya desarrollado se perdió y el costo ha sido ir perdiendo talento, experiencia y por lo tanto, excelencia.
Los incidentes que se han presentado en los últimos tiempos muestran esa falta de foco en el control de calidad de los productos. No quiere decir que los aviones per se sean inseguros, pero sí que hay algunos cabos sueltos, algunos fatales, como fue el asunto del MCAS del Boeing 737 MAX 8 que, a la postre, se cobró la vida de 346 personas; hay otros de gravedad menor, como el tema de la puerta del B-737-MAX9 de Alaska Airlines, donde no hubo muertos ni heridos de gravedad, pero sí un sentimiento de desconfianza que ha permeado hasta el tuétano a los usuarios de los aviones y, por lo tanto, a las aerolíneas que los están operando.
Lo que está ocurriendo en Boeing no es, sin embargo, un hecho aislado. La aviación se ha caracterizado por tener como su prioridad la seguridad de las operaciones y esta debería seguir siendo la prioridad. Cierto que, si no hay eficiencia, el negocio se vuelve inviable (sea una aerolínea, un aeropuerto, un tren o una empresa del Estado) pero en el transporte aéreo no hay cosa más importante que la seguridad porque de lo contrario tampoco habrá negocio, y eso lo corrobora el hecho de que hay varios clientes muy importante de la Boeing, que están buscando ya adquirir aviones con Airbus o incluso con Embraer para este segmento de la aviación comercial.
En el transporte aéreo no hay otras opciones. La seguridad está primero No hay pasajero que quiera volar si no se garantiza su integridad.
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