En las muchas declaraciones que han surgido en las entrevistas, debates, pronunciamientos y demás, a cargo de las candidatas y el candidato a la presidencia, se han visto propuestas de diverso tipo en cuanto a construir o impulsar infraestructura de transporte, propuestas que si bien suenan interesantes en realidad adolecen de un grave defecto: no están acompañadas de una visión de largo plazo, ni de propuestas de políticas públicas que le den sentido a la construcción de cualquier cosa.
En realidad, construir edificios, carreteras, aeropuertos, vías férreas, puertos y demás, carece de sentido si no tiene un rumbo bien establecido. El transporte es un elemento que ayuda a estructurar el desarrollo y por eso es importante, pero esa estructuración no puede darse a tontas y a locas, debe tener un propósito y estar perfilada a lograr ciertos objetivos.
Parte del problema de la infraestructura aeroportuaria que posee México (una extensa red que es de las más grandes del mundo) es que muchas terminales aéreas se construyeron porque hubo tiempos en que los gobernadores de los Estados se sentían obligados a tener SU aeropuerto (como si se tratara de competencias de la secundaria) y esto hizo que muchas terminales aéreas quedaran como monumentos a la ineficiencia: sin vuelos, sin pasajeros, sin ninguna vocación que hiciera que la infraestructura construida con el dinero público sirviera en realidad para mejorar las condiciones de las poblaciones vecinas.
Hacia fines del siglo pasado, parte de esa gran red aeroportuaria fue privatizada con la idea de que fuesen los inversionistas privados quienes le dieran vida a las poblaciones donde se asentaron esas terminales aéreas… Así se crearon los 3 grupos aeroportuarios que hoy tienen en sus manos los aeropuertos más rentables y que cada año crecen en número de pasajeros y en número de vuelos, que albergan negocios diversos, como talleres de mantenimiento o plataformas logísticas.
El resto de la red se dejó en manos de Aeropuertos y Servicios Auxiliares (excepto algunos aeropuertos y aeródromos estatales o de concesión privada). Años después, ya en esta administración, esos aeropuertos, la mayoría deficitarios y más bien sin vocación ninguna, han sido repartidos entre nuevos grupos públicos, en especial los dos grupos que pertenecen a las fuerzas armadas, con la idea de que alguien se haga cargo de que florezcan de algún modo.
Aquí la pregunta es si estos dos conglomerados tienen un plan de largo plazo que le dé a estos aeropuertos viabilidad y rentabilidad en el largo plazo. Hasta ahora no se ha sabido de ello, sino apenas que la idea – un tanto ambigua- era más bien que sirvieran para apoyar la creación de reservas para las pensiones de los miembros del Ejército y de la Marina.
El asunto es que, por mucho que pertenezcan a estos dos institutos armados todos esos aeropuertos, para que puedan ser realmente viables es necesario que su operación se acompañe con un plan de acción, con una estrategia de largo plazo en conjunto con el gobierno federal y con los gobiernos estatales donde están asentados y también con los empresarios de la zona. ¿Será muy difícil comprender que para ser rentables estas terminales aéreas, necesitan de negocios que los acompañen? Ojalá haya propuestas en ese sentido. Nos encontramos en Pascua.
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