Aún no se ha desvelado el misterio de quién sembró en la mente del presidente la idea de que el Cabotaje es una buena herramienta para incrementar los vuelos en el AIFA y para abaratar el transporte aéreo. Hay quien dice que sólo es un instrumento de presión, una especie de “espada de Damocles”, con que se quiere espantar a las aerolíneas mexicanas para que “se porten bien” (what ever that means).
Otros aseguran que el Cabotaje nunca se va a utilizar y que incluirlo en el Ley de Aviación sólo sería introducir una herramienta circunstancial por si acaso se requiere una ruta específica. Alguien más sugiere que así se “completaría” el cuadro de rutas, en particular el de la conectividad regional, tan olvidada y maltrecha como clínica del Seguro Social.
La realidad es que nada de esto es cierto. Poner en la Ley el Cabotaje hubiera sido el sueño dorado de tecnócratas como Salinas de Gortari, Pedro Aspe, Juan Molinar, etc., y es inconcebible que un gobierno que se dice nacionalista abra una puerta de ese tipo que, al quedar como puerta y cambiar el gobierno (nadie les ha dicho que el sexenio es lo más efímero que hay) los neoliberales que, sin duda, llegarán (“cual torna la cigüeña al campanario”, Machado y Serrat dixit) aprovecharán de esta herramienta para trastocar el mundo de los derechos de tráfico, tan cuidadosamente construido por la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI).
Y es precisamente esta organización, la OACI, que se integró bajo los principios de la “Real y Efectiva Reciprocidad”, la que debería poner en guardia a quienes hoy le aconsejan al presidente incluir el Cabotaje en la Ley. Ayer mismo, el subsecretario de Transporte decía que habrá Cabotaje “pero con reciprocidad”, antes dijo que “acotado”. En cualquier caso, esa “real y efectiva reciprocidad” sería casi imposible de conseguir a través del Cabotaje.
¿Por qué? Muy simple. ¿Qué países estarían interesado en hacer rutas desde el AIFA a destinos nacionales y dar la reciprocidad para que aerolíneas mexicanas hagan lo propio? Muy pocos. Sobre todo, muy pocos países con aviación suficientemente importante para que valga la pena el esfuerzo.
Pensemos en Venezuela, Cuba, Nicaragua, Qatar, Costa Rica y poco más. Por razones diversas estos serían los interesados, con alguna inclusión más. ¿Venezuela? ¿Alguna aerolínea mexicana iría a hacer vuelos a ese país, después de que su gobierno se negó a pagarle a las empresas aéreas internacionales que volaban a Caracas los dólares que recaudaba por los boletos? ¿Cuba? Tal vez, pero es un mercado poco rentable, menos aún que el mexicano y con poca infraestructura de apoyo. ¿Qatar? ¿Qué rutas hay en Qatar, qué empresa iría a ese destino? ¿Costa Rica? Bueno, hay una aerolínea interesada, pero tampoco tiene tantos destinos ni tanto mercado como para hablar de reciprocidad.
Las palabras son sugestivas, pero no alcanzan a disfrazar la realidad. Por favor, aterricen y sean serios. Un deseo presidencial puede tener muchas formas de cumplirse, para eso inventaron la nueva Mexicana, de la Sedena, que puede si se lo propone, hacer un servicio social para conectar regiones olvidadas. Eso sí, a un costo alto, pero más seguro. ¡Nos urge una política de Estado responsable y realista! E-mail: [email protected]
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