Pues al fin se dio la inauguración del Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles, aeropuerto civil/militar con el que se pretende incrementar la infraestructura aeroportuaria del Valle de México y complementar las operaciones del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México.
Fuera de los detalles de la ceremonia oficial, profusamente cubiertos por los medios de comunicación, fue un curioso dejá-vu constatar que lo menos que al Valle de México le falta son aeropuertos. Recordemos la inauguración de Puebla, Cuernavaca y Toluca, y aquella donación del aeropuerto de Tlaxcala a la Fuerza Aérea para descongestionar el área metropolitana del Valle de México, todo lo cual se quedó en veremos. Tlaxcala, por ejemplo, se construyó en 1982 y en 1997 se convirtió en Base Aérea Militar.
Toluca se construyó en 1971 y fue reinaugurado en 1984 pero en los 90’s tuvo una importante inversión para convertirlo en Categoría III y darle un fuerte impulso, el cual se diluyó en cuanto hubo espacio para que sus aerolíneas tuvieran cabida en el AICM. Puebla se inauguró en 1985 y aunque con pocas operaciones, sigue funcionando. Cuernavaca, en fin, inició en 1988 y para 2008 también se trató da darle nueva vida, pero en realidad tiene pocas operaciones y pasajeros.
Tenemos una infraestructura capaz de albergar más de 2 millones de operaciones anuales, la cual está desperdigada por todo el territorio de la meseta central. Es decir, en los últimos 50 años nuestro país ha gastado en infraestructura aeroportuaria para la megalópolis, lo que ninguno otro en el mundo. Ni hablar de los 60 mil millones de pesos enterrados en Texcoco, los 116 mil millones que costó el nuevo y flamante AIFA y los 4,200 millones de dólares que tendremos que pagar en abonos fáciles y pagos anuales difíciles, con los ingresos que logre el limitado AICM a través del TUA en los siguientes 20 años.
La razón de estos desperdicios es que a México le hace falta una política de Estado en materia de transporte aéreo. Las inversiones en infraestructura de transporte, la planeación de la vocación que tendrán los aeropuertos, las decisiones sobre aerolíneas, rutas, apoyos o no que tengan, apertura de mercados, bilaterales, carga, etc., son decisiones que marcan el rumbo no sólo de la industria aérea sino de otras industrias que dependen de ella, como es el turismo y el comercio. Y no soslayemos el desarrollo urbano resultante.
Por eso muchos países delinean una política de largo plazo en el sector y lo hacen no sólo a 6 años, sino a 30 o 50, teniendo una visión de Estado: es decir, ¿qué requiere un país determinado para crecer y desarrollarse, crear empleo, generar divisas y cómo utilizar las ventajas geográficas y de tratados comerciales o relaciones internacionales? Esto, además, debe hacerse de la mano de la industria, que son las aerolíneas, pero también las proveedoras de servicios, los talleres de mantenimiento, las escuelas, los centros de adiestramiento, las armadoras, etc. En algunos países también inciden las agencias de viajes, los hoteleros, los consumidores mismos.
Nuestro país no puede seguir dándose el lujo de inventar el aeropuerto y sus impactos cada seis años. Hemos perdido mucho tiempo, mucho dinero, mucho talento en el camino. Por favor: ¡una política de Estado! E-mail: [email protected]
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