Pocas veces, en la historia reciente del país, hemos visto tantas decisiones desafortunadas, por decir lo menos, que golpean directamente a la viabilidad de un sector. No es que la aviación mexicana haya sido especialmente cuidada en sexenios anteriores: desde los accidentes que golpearon directamente a secretarios de Estado, decisiones muy cuestionadas, quiebras de empresas y funcionarios sin la menor idea de su encargo y sin la menor intención de aprender.
No en balde durante los primeros 14 años de este siglo quebraron 14 aerolíneas, murieron 3 secretarios de Estado en accidentes de aviación, el país fue degradado a Categoría 2 de la Administración Federal de Aviación de EU (FAA) en 2010 y, aunque en 6 meses se recuperó el estatus, el asunto hizo mella en las finanzas de las aerolíneas y del país.
Sin embargo, esta administración ha sido especialmente errática en sus decisiones y en los resultados de ellas, lo que ha golpeado sensiblemente al sector aéreo nacional y ha impedido que el país pueda aprovechar la recuperación postpandemia, pese a que México fue de las naciones que lograron defenderse debido a que no cerró sus operaciones. Por desgracia, nuestras aerolíneas nacionales no son las que han recuperado el terreno sino que, merced a la reincidencia en Categoría 2, son las empresas de los Estados Unidos las que han aprovechado la tendencia de recuperación del mercado bilateral, el más importante del mundo en cuanto a pasajeros y, sin duda, el que mayor alza estacional suele tener en temporadas altas y en ambos sentidos.
Como lo dijo en cierto modo irónico, pero muy certero, el exsecretario Don Javier Jiménez Espriú, el “pecado original” fue la cancelación del aeropuerto de Texcoco, cuando ya se había construido lo más difícil y gastado lo más pesado. A partir de ahí, la industria ha vivido un clima de incertidumbre respecto al futuro del sector en los aeropuertos y sus vocaciones; la gestión del AICM; la falta de claridad sobre las libertades del aire; degradación en términos del mercado EU-México; generación de ideas que en el papel se ven brillantes pero son difíciles de aterrizar, como el traslado de los cargueros, etc.
Quizás lo más complicado ha sido la intervención de actores disímbolos en las decisiones de la política aérea: Las secretarías de Defensa Nacional, Marina e Infraestructura, Comunicaciones y Transportes, más lo que le pueda incumbir a Hacienda, Relaciones Exteriores, Gobernación, Desarrollo Urbano y Medio Ambiente. Demasiados personajes, demasiadas visiones encontradas, demasiado ruido en un sector que necesita certidumbre y buenas prácticas para volar de forma segura y eficiente.
Este es el extraño enemigo de la aviación mexicana: esa mezcla entre -entendemos- buenas intenciones y exceso de ignorancia de cómo funciona el sector de la aviación civil; la prisa por recuperar la Categoría 1 con el estilo del “aí se va” para cumplir las exigencias de los auditores; las presiones para cumplir las altas expectativas que se le vendieron al Ejecutivo y el escaso entendimiento de cómo funciona en realidad un sector que, aunque se vea glamoroso, es la menos rentable de las industrias. Pero, aludiendo al himno nacional: esperemos que el “dedo de Dios” (el de verdad), logre enderezar el destino que se ha escrito con muchos renglones torcidos. E-mail: [email protected]
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