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02/12/2024

Tiempo de hablar del agua

Juan A. José / Martes, 14 Marzo 2023 - 20:43

Quizás me tardé demasiado y debí hablar de ella, mucho, pero mucho antes…

 

Decía el gran Leonardo da Vinci, al que no me cuesta ubicar como el primer gran aeronáutico científicamente hablando de la historia, que el agua “es la fuerza motora de la naturaleza”.

 

Mi relación con la hidráulica es, incluso, más añeja que la que tengo con la aeronáutica. Mi padre, ingeniero civil de profesión, obtuvo su título con una tesis profesional relacionada con el manejo del agua del Río de los Perros, con el cual se identifican los habitantes de localidades del istmo de Tehuantepec, caso de Espinal e Ixtepec, a su vez muy familiares para nuestros aviadores militares que han pasado por la Base Aérea Militar No. 2 de esta última ciudad oaxaqueña.

 

Es más, los recursos económicos que financiaron mis estudios aeronáuticos, provinieron de los esfuerzos comerciales de mi padre vendiendo bombas de agua. Jamás olvidaré cómo hace casi seis décadas nos compartía la importancia de estos equipos en el suministro de un insumo, por el que afirmaba, ahora comprendo con justa razón, que “la gente llegará a pelear”. Si volviese a la vida y se diese cuenta de la magnitud de la problemática hidráulica y la sed que estamos experimentando en una parte importante del mundo, incluida buena parte de México, estoy seguro que nos diría: “se los advertí…”

 

Recupero sus palabras para elaborar sobre el tema de esta sustancia vital, cuya molécula, me enseñaron en la escuela secundaria, está compuesta por dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno, con la cual muy pronto me topé en sus a veces amenazantes formas líquida (lluvia), sólida (hielo) y gaseosa (vapor de agua), al intentar acumular horas de vuelo en mi bitácora de piloto aviador. Compuestos químicos éstos propios de esa tropósfera en la que tienen lugar la mayor parte de nuestras actividades aeronáuticas.

 

El agua es parte de lo aéreo y no solamente en lo que toca al ambiente físico en el que tiene lugar, sino también como uno de los grandes motores de su desarrollo tecnológico. No hay que olvidar que las prestaciones de las aeronaves de Blériot, Alcock y Brown y hasta las de Lindbergh, Earhart y Mermoz, tenían el objetivo de permitirles franquear con éxito grandes espacios de agua, caso del Canal de la Mancha o el océano Atlántico, y que las aguas han sido tumba de Guillaumet, de los ocupantes del vuelo 370 de Malaysia Airlines y hasta de mi adorado Antoine de Saint-Exupéry.

 

En este contexto, quizás valga la pena recuperar que el concepto ETOPS (Extended-range Twin Engine Operations) aplica si no totalmente, sin duda especialmente a vuelos de largo recorrido sobre mares, y que sin agua algunos de los equipos en los Servicios de Extinción de Incendios (SEI) no podrían funcionar, limitando, si es que no cancelando, la operación de un aeródromo.

 

Regresando a Charles Lindbergh, digo, ¡para no variar!, el aviador dedicó los últimos años de su vida a la conservación del medio ambiente. Era un hombre sumamente acuático, tanto que afirmaba que no podía vivir lejos de ella, es más, está enterrado en un privilegiado cementerio en la parte sur de la isla de Maui, adyacente a un océano Pacífico en plena majestuosidad. Tan importante es este líquido vital para los Lindbergh, que su recientemente fallecido hijo Jon, se convirtió en un famoso buzo oceanográfico.

 

Como verá usted, estimado lector, estoy haciendo un esfuerzo por transmitirle en tono aeronáutico un breve, pero contundente mensaje, que todos y todas nos debemos repetir cada mañana al despertar: “El agua es vida y debemos, como nunca, cuidarla”.

 

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